martes, 11 de enero de 2011

Central nuclear

EL UNIVERSAL
martes 26 de octubre de 2010  

Definitivamente, en Miraflores no hay apagones ni se necesita el Metro. ¿Cómo se explica que ante las pésimas condiciones en las que se encuentran ambos servicios, la agenda enfoque su atención en la energía nuclear? El grado de cinismo cae como una bomba lanzada desde las alturas del poder. La situación podría causar hilaridad. El problema radica en el riesgo que supone tal deseo, junto a la comprobada mala gestión de los insignes revolucionarios. Los padecimientos que torturan al soberano ruedan sobre el carrusel de las falacias. El requisito indispensable para reciclar el engaño es la degradación del ser humano. Mientras tanto, continúa el teatro para eludir el diseño de políticas capaces de lograr el progreso que merece la sociedad.

El mes de abril de 1986 dejó su rastro en el mundo con el sello indeleble de un pésimo recuerdo. En realidad se trató de algo nefasto: explotó la central nuclear de Chernóbyl, en Ucrania. Los dirigentes del régimen soviético, alcahueteados por científicos cautivos en rancias maneras de actuar, hicieron todo lo posible para ocultar el desastre. Tampoco le hablaron con claridad a la gente ni solicitaron ayuda a la comunidad internacional. El resultado: Una tragedia irreparable. Con el accidente, el despotismo de una ideología que aborrece la libertad, alcanzó un clímax de horror y vergüenza universal. La magnitud del daño llevó al señor Gorbachov a reafirmar su compromiso con los cambios que urgían entonces. Paradójicamente, halló una resistencia (pasiva) inexplicable para quienes procuran fortalecer la dignidad de las personas. Tuvo que insistir en la idea de que estaba creando un nuevo prototipo de comunismo.
Cada época cuenta con sus propias circunstancias, pero cuando la historia no enseña, repite.

Enlace a la publicación original http://bit.ly/gpr0fS

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