EL UNIVERSAL
martes 7 de diciembre de 2010
El poder sin los debidos controles degrada a la persona al estado de "cosa". El terrorismo oficial utiliza su maquinaria, eficiente o no, para amedrentar a la sociedad. Ello explica el letargo que ha infectado a todos los pueblos que, por desgracia, han sufrido a cualquier dictador, sea de izquierda o de derecha. En las relecturas de El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, se halla el patético semblante de cualquier sátrapa. Al parecer, el autor se inspiró únicamente en Juan Vicente Gómez. Sin embargo, acaso tales delirios, con las diferencias de rigor, ¿no retratan también a todos los inefables que, valiéndose del poder, someten a un país a los caprichos de su voluntad? De hecho, hoy ocurre algo que hace pocos años era impensable: ya son muchos los que observan a Fidel Castro entre sus líneas. La explicación es sencilla, pero no es fácil. Todos los dictadores hacen lo mismo porque todos odian la libertad.
El escritor Imre Kertész nos ilustra en Diario de la galera: "Vi el derrumbamiento del campo de concentración de Buchenwald en 1945, la aparición del horror rojo en 1948… ¡Siempre el mismo espectáculo!... se mantuvo setenta años; su existencia (como el otro imperio del horror, que duró doce años) manifestó durante décadas la posibilidad de la irracionalidad, del caos, del terror y del vegetar humano en los niveles más bajos".
La condición para la esclavitud es que la mentira flote, casi invisible, como un virus desplazado por el aire. El efecto impacto-masivo, es contundente. De esta manera se logra la parálisis general del soberano y, lamentablemente, se frustran los brotes de rebeldía que claman por sus derechos legítimos. Mientras la modorra aplaste a los venezolanos, el malestar se intensificará y continuará creciendo sin límite.
El escritor Imre Kertész nos ilustra en Diario de la galera: "Vi el derrumbamiento del campo de concentración de Buchenwald en 1945, la aparición del horror rojo en 1948… ¡Siempre el mismo espectáculo!... se mantuvo setenta años; su existencia (como el otro imperio del horror, que duró doce años) manifestó durante décadas la posibilidad de la irracionalidad, del caos, del terror y del vegetar humano en los niveles más bajos".
La condición para la esclavitud es que la mentira flote, casi invisible, como un virus desplazado por el aire. El efecto impacto-masivo, es contundente. De esta manera se logra la parálisis general del soberano y, lamentablemente, se frustran los brotes de rebeldía que claman por sus derechos legítimos. Mientras la modorra aplaste a los venezolanos, el malestar se intensificará y continuará creciendo sin límite.
Enlace a la publicación original http://bit.ly/fccDym
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